LA ENCARNACIÓN: INICIATIVA DE DIOS. DOMINGO IV DE ADVIENTO A 2013

Llegamos ya al último domingo del Adviento y aún no es Navidad, pero está ya a la puerta. Las lecturas nos anuncian el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento; la liturgia toda nos invita a pensar ya en el nacimiento del Señor, en que abramos nuestras puertas para que entre el Rey de la Gloria, en que recibamos, como José, al hijo de María, al Hijo del Espíritu Santo.

La perícopa del evangelio de San Mateo que escoge la liturgia de hoy recoge la profecía que leemos en Isaías en la primera lectura. Dios quiere favorecer a su pueblo y ofrece al rey de Israel la petición de una señal de ese compromiso; pero Acaz anda despistado con otras cosas; su cabeza y su pensamiento no están con Dios. Su desgana en pedir la señal que se le ofrece no viene motivada por el respeto al Señor, sino por pura desidia, porque no da valor alguno a lo que Dios le dice ni a lo que le puede ofrecer. Dios, entonces, se enoja con él, pero toma la iniciativa por su cuenta y le anuncia el nacimiento de un príncipe, de un heredero al trono: Ezequías. El nombre que se le da muestra la presencia de Dios con su pueblo: Dios-con-nosotros. El término “virgen” puede ser también “doncella”. El evangelista toma este anuncio y lo aplica a María y a Jesús. En un plano interpretativo ulterior, Isaías está profetizando lo que ocurriría en tiempos de José y de María, cuando una mujer virgen daría a luz al que sería la presencia permanente de Dios con los hombres: Jesús, el Salvador, el Mesías prometido, concebido por obra del Espíritu Santo.

Dios ha irrumpido decididamente en nuestro mundo por su propia iniciativa. Dios es quien toma la decisión de venir a nosotros para rescatarnos; él es quien pone en marcha su plan, un plan de amor y de misericordia, un plan de salvación. ¿Que le mueve a Dios? Es el amor y no otra cosa. El amor le lleva a buscarnos, a querer tenernos junto a él. Dios ha decidido purificar unilateralmente a la humanidad mediante el sacrificio de su Hijo. Su muerte y resurrección nos han rehabilitado para Dios. Dios ya no procura otra humanidad que le acompañe en su existencia; no es la humanidad la que es corrupta, sino que el pecado es quien la ha corrompido. Entonces Dios no atacará al hombre; atacará al pecado, que es su enemigo, hasta vencerlo, hasta suprimirlo. Dios mismo ha elegido el cómo y ha decidido hacerlo en fases: Una a través de la encarnación y la misión de su Hijo Jesucristo; otra para que nosotros vayamos venciendo el pecado en nosotros y en nuestra sociedad y haciendo realidad el Reino; y, finalmente, mediante su venida definitiva, cuando ya el pecado sea totalmente suprimido y toda la creación se renueve para ser aquella que Dios pensó, aquella que Dios realizó.

Pero Dios entra en nuestra historia a través de personas concretas; de José y de María. Una pareja que se ama y que se acaba de casar. Entre ellos hay un amor sano, un amor verdadero que busca el interés del otro, el interés común y no el bien personal frente al del otro. Pero hay más, mucho más, pues son dos personas abiertas a Dios, piadosas, dispuestas a hacer la voluntad divina sin poner condiciones, sin exigir recompensa, sin pensar egoístamente en obtener beneficio propio. Y, algo muy importante: abiertos a la sorpresa de Dios, sin preguntar los porqués, sin querer comprenderlo todo; es decir, confiando, fiándose de Dios. Si María y José hubieran querido comprender todo, Jesús nunca habría podido hacer en su matrimonio. Y es que en Dios hay tanto que no está a nuestro alcance, cosas tan misteriosas… que solo amándole podemos hacerlas, solo porque le amamos somos capaces de realizar imposibles. Cuando el hombre se resiste a la voluntad de Dios, termina estrellándose en sus propios errores, pues se ve movido por el egoísmo de su conveniencia y todo acaba con la provisionalidad de nuestra frágil vida temporal. Quien, por amor, confía; quien, por amor entrega su vida; quien, por amor, busca siempre hacer la voluntad de Dios, ve su proyecto trascender los parámetros del tiempo y del espacio, lo ve continuar en el tiempo, devenir eternidad.

Pongamos, pues, nuestro corazón a punto para acoger al Hijo que Dios nos envía y, en él, acoger también su plan de salvación, su buena noticia, su proyecto para con cada uno de nosotros.

P. JUAN SEGURA