DOMINGO 26 ORDINARIO C 2013. REFLEXIÓN

Dios es misericordioso; así lo venimos viendo, de modo muy especial, en el evangelio de San Lucas. Pero el pasaje del tercer evangelio que leemos hoy plantea una excepción a la piedad divina con el pecador. Esa excepción es la negación de la ayuda al más pobre, hacer que se ignora el clamor del necesitado, vivir en la abundancia como si no hubiera nadie a quien socorrer, cerrar los ojos al hermano y sellar el corazón a la compasión.

Notemos el detalle significativo de que la parábola elude el relato del juicio de los personajes. Lo obvia porque el juicio es ya la situación que han atravesado en la vida. Lázaro se ve justificado porque su actitud en la vida no ofende a nadie; tan solo clama y su clamor es ingnorado. ¿Consecuencia? El seno de Abrahán, lo que para nosotros es el cielo, el gozar junto a Dios por toda la eternidad. En el otro lado encontramos al hombre rico (la tradición le ha llamado Epulón -el opulento-). Su juicio también se ha librado en la vida temporal. Se ha mostrado indolente a la necesidad de su hermano. La parábola insiste en que Lázaro estaba de manera permanente echado en su portal; es decir, a la puerta de su casa. Y no lo tuvo en consideración. Mientras uno pasaba hambre, a pocos metros de él, había una mesa rebosante en la que se tiraba lo que sobraba. ¿Consecuencia? El infierno. Aquí actúa la justicia de Dios: el que antes reía, ahora llora; el que antes lloraba, ahora ríe.

Una nueva vuelta de rosca supone el diálogo del rico con Abrahán, después de su muerte. Su clamor no va a ser escuchado, lo mismo que él no escuchó el clamor de Lázaro. La respuesta del patriarca es implacable cuando el rico, que ahora sufre, pide que den aviso a su padre y a sus cinco hermanos y Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. En realidad, el mensaje que Abrahán les iba a dar es el mismo que pueden encontrar en las Escrituras. La única diferencia está en que el anuncio de Lázaro sería manifestar que es cierto lo que ya conocen por las Escrituras y la predicación en la sinagoga. Pero no, Dios pide la fe; Dios ya ha hablado; quiere que se le escuche en la ley y los profetas.

En la primera lectura, en Amós, encontramos, quizá, una de las páginas y sentencias más duras de toda la Biblia: “No os doléis de los desastres de mi pueblo. Se acabó la orgía de los disolutos”. ¿Quiénes son los disolutos? Pues, precisamente, aquellos que la parábola personifica en el rico indolente. Los que viven en la abundancia ignorando la necesidad de los otros, esos son disolutos. Su orgía es su disfrute, su placer, su derroche, sus oídos cerrados al clamor de los que tienen cerca y claman. Dios muestra una especial dureza hacia quien no es capaz de conmoverse ante la necesidad de los demás.

Los momentos actuales son también momentos de contrastes. En muchos hogares se pasa necesidad; muchos niños acuden sin desayunar y sin cenar a las aulas. Estamos empezando a conocer datos de malnutrición infantil de carácter fijo y continuo. Las familias en las que no entran ingresos viven en condiciones dificilísimas. Los comedores sociales acogen a familias que antes eran bien vistas por su nivel de vida. Los embargos no acaban con las deudas contraídas. La situación de necesidad está incrementando los niveles de intolerancia hacia inmigrantes y propicia situaciones de racismo y xenofobia. En el mundo, los niños explotados y esclavizados, las violaciones masivas a niñas en Asia, la situación de la mujer en el mundo islámico, los menores secuestrados y asesinados, la desventaja del continente africano en el desarrollo y en el acceso a la educación y la sanidad… claman al mundo. ¿Y qué hace el mundo? ¿Acaso no mira para otro lado? Y en nuestra sociedad de hoy, ¿es suficiente con la solidaridad que ofrecemos? ¿No nos escandalizan las nóminas de algunos directivos, ejecutivos, jugadores de fútbol…? Y, mientras tanto, muchos siguen engordando con el dinero defraudado a los pobres. Pues sepan que algún día se acabará su orgía. Los disolutos de hoy serán los condenados de mañana.

De todos modos, la parábola de hoy se mueve en el ámbito del ambiente judío, pues va dirigida a los fariseos. El Evangelio hay que verlo siempre contextualizado en su totalidad. Y esa totalidad nos dice, por el sacrificio de Jesús, que Dios está abierto a la misericordia para con todos sus hijos que quieran aceptarla. Pero eso, más que un pretexto para relajarnos, debe ser, más bien, un motivo para estimularnos en practicar la misericordia, para hacer lo que Dios quiere que hagamos.

P. JUAN SEGURA
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