El consuelo de la Esperanza

Hay una grandeza en la búsqueda de consuelo y en la esperanza duradera que se puede captar en la existencia de hombres y mujeres fuertes y brillantes, que, a veces, se han visto seriamente amenazados por el desaliento.

En el espacio dedicado a la lectura de los Salmos, y a partir de algunas frases de Pablo -a quien considera nada menos que ‘creador de la consolación cristiana‘-, Michael Ignatieff deja abierta la posibilidad de seguir interrogándose sobre la relación que la consolación tiene con esperanza , entendida en su sentido y en su alcance cristiano. Una cuestión que está muy presente en la espiritualidad y la teología actuales. De hecho, para la tradición de la que forma parte el Apóstol, creer en Dios significa encontrar la fuente de una esperanza mayor‘. Una fuente que desborda nuestra profundidad humana pero que no quita nada al espíritu sereno que -como demuestra la historia- algunos han conseguido a costa de grandes esfuerzos.

Debemos recordar este conjunto de esperanzas porque, a pesar de los malentendidos, el que ofrece la fe no es un consuelo que nos exime de nuevas búsquedas, ya que somos ‘salvos en la esperanza‘, como dice expresamente el texto bíblico. Y porque nuestra espera es una espera confiada, una espera de plenitud con cierto temblor.

La esperanza cristiana -se repite con verdad y realismo- no nos libra de las lágrimas y no equivale a un tranquilizante que ignore los momentos de desánimo. Víctor Hugo ya advertía que ” el ojo ve claramente a Dios sólo a través de las lágrimas ” y que la esperanza más alta surge del dolor más profundo‘. En el propio lenguaje de Pablo, en el que brilla la esperanza de la resurrección, se formulan en secuencia: sufrimiento-paciencia-virtud probada y esperanza.

Sin embargo, sabemos que, incluso en condiciones de poca luz, quienes perseveran en la espera afrontan la muerte con serenidad, un obstáculo que ha resultado insuperable incluso para los investigadores más tenaces.

Una esperanza para todos

Para aquellos de nosotros que podamos sentirnos tentados a abandonar la búsqueda, o a pensar -como Macbeth y otros clásicos- que la vida es sólo ‘una sombra pasajera‘, será apropiado recordar que es posible encontrar consuelo en viene de arriba intentándolo con nuestro propio esfuerzo.

Hay una grandeza en la búsqueda de consuelo y en la esperanza duradera que se puede captar en la existencia de hombres y mujeres fuertes y brillantes, que, a veces, se han visto seriamente amenazados por el desaliento. Tienen el mérito de haber confiado en la sabiduría y la fortaleza, es decir, en las posibilidades humanas de superar las desgracias, aunque tuvieran que aceptar en silencio la certeza de la muerte.

Pero también sabemos que hay una esperanza que tiene su comienzo en la fe y que verdaderamente cumplirá su audaz promesa: ‘la esperanza no defrauda. Lo reconocemos como un don que nos ayuda en el despliegue de otros dones y que nos ofrece consuelo en nuestras enfermedades más secretas. Semejante esperanza y consuelo son un don que debe pasar de nuestras manos a otras manos unidas o temblorosas: ‘Consolaos unos a otros con las palabras de la resurrección‘, escribe el Apóstol en la carta a los Tesalonicenses. Él que – como bien entendió Ignatieff – “comenzó a reformular el mensaje de consuelo para aquellos que habían esperado bastante, habían perdido a sus seres queridos y no estaban seguros de que la promesa se hiciera realidad” (p. 47).

Y no debemos olvidar que la esperanza del consuelo definitivo, que anhelamos con el apoyo de la fe, incluye a su vez el deseo de que la mayor esperanza se cumpla también para aquellos que no esperan: ‘Que cada uno tenga su paraíso‘, dijo Carlos de Foucauld.

Felisa Elizondo / Doctora en Teología – España

Comentario al libro de Michael Ignatieff ‘En busca del consuelo’ / Ed. Taurus.

EL MARABÚ

EL MARABÚ

 Dolores Aleixandre

Artículo publicado en la revista ALANDAR

A mí antes lo del marabú me sonaba a la copla de Aurora la Beltrana en Doña Francisquita  y a veces lo canturreo mientras paso la aspiradora:

“¡Con el ay, con el marabay,

con el bú, con el marabú!

Ay que me mu, que me muero,

si me miras tú”.

Pero luego le he cogido respeto porque, leyendo la vida de Carlos de Foucauld (no se pierdan su espléndida biografía por  Antoine Chatelard en PPC) me he enterado de que era el apelativo que empleaban los tuareg para referirse a aquel extraño francés que vivía entre ellos en Tamanrasset, en la Argelia profunda.

Ahora están a punto de beatificarlo y, mira por dónde, la cosa va a coincidir con el año en que en toda la Iglesia hemos tratado de profundizar en la Eucaristía y que termina con un Sínodo de obispos en Roma. Providencial coincidencia para que el nuevo Beato Carlos (supongo que a él,  que sólo pretendía en la vida llegar a ser “hermano de todos”, le resultará rarísimo oírse llamar así…), nos contagie algo de su peculiar manera de vivir la Eucaristía . Como muestra, una página de su diario: “Los nómadas y los escasos sedentarios han adoptado ya la costumbre de venir a pedirme agujas, medicinas, y los pobres, de cuando en cuando, un poco de trigo. Estoy abrumado de trabajo pues quiero terminar cuanto antes un diccionario de tuareg. Como me veo obligado a  interrumpir a cada momento el trabajo para ver a los que llegan, o realizar menesteres menudos, esto adelanta poco. (…) Para tener una idea exacta de mi vida, hay que saber que llaman a mi puerta por lo menos diez veces por hora, más bien más que menos, pobres, enfermos, viajeros, de suerte que, con mucha paz, tengo mucho movimiento” (30-IX-1901).

 J.F. Six, uno de sus biógrafos, lo comenta así: “El Hno. Carlos se fue dando cuenta de que lo importante no era pasar ratos de adoración, ni celebrar a todo trance la santa misa, sino ser como Jesús. Fue siendo progresivamente asimilado, por decirlo así,  por la realidad eucarística, que expresa la oblación de Jesús a su Padre y el don de sí mismo en alimento a los hombres. En adelante sabe que la contemplación de Jesús en la Eucaristía, exige de él que se entregue totalmente al Padre y se deje comer por los demás, en una vida que sea prolongación de la Eucaristía”. 

No tengo ni idea de lo qué dirá el documento que resuma los trabajos del Sínodo, pero por si acaso va por otro lado, no nos viene mal recordar que todo empezó cuando Jesús pronunciaba la bendición sobre el pan y se partía la vida por la gente, aunque aún no sabía lo de la transubstanciación. O cuando brindaban él y sus amigos con el vino joven de Galilea y se pasaban la copa para expresar su deseo de compartir la misma suerte. Y no tenían ni idea de que los que venimos detrás íbamos a participar del cáliz “por intinción”

El Hermano Carlos debió aprender todo eso (lo de la sustancia y las especies y lo de las partículas y el purificador…) cuando estaba en la Trapa y estudiaba para ordenarse sacerdote y, seguramente, cuando celebraba después en aquel rincón perdido del Sahara, cumplía con todas las rúbricas a rajatabla, porque así era él en todo. La diferencia está en que a él, de tanto frecuentar la Eucaristía, se le fueron contagiando los gestos y las actitudes de Jesús y por eso se puso a hacer lo que él hizo, en memoria suya. Y, lo mismo que su Maestro, fue convirtiendo su existencia en un pan partido y repartido, devorado por todos los que tenían hambre de ser queridos, escuchados, comprendidos, sanados. Con la misma naturalidad con que acogía a los que llamaban a su puerta, se repartía a sí mismo sin reservarse nada, entregando a todos su tiempo, su afecto, su interés y su amistad.

Lo dirá más tarde René Voillaume, primer “seguidor” del Hermano Carlos, fundador de la Fraternidad de Hermanos de Jesús y autor de En el corazón de las masas, ese “libro de cabecera” de la generación del postconcilio : Vivir la Eucaristía es entregarse a los otros, llegando a ser para ellos, por el amor y la contemplación eucarística, algo “devorable”.

En fin, que de no entender bien lo que dice el Tantum ergo, cabe la posibilidad de pasarse a lo del Marabú.

Las moscas del desierto

Pequeña aportación para el tiempo de desierto de AURELIO SANZ
Sin papeles en el Desierto
Nuestra identificación cívica, sea el documento nacional de identidad, el pasaporte, la tarjeta de identidad o el carné de conducir, llevan nuestra foto y nuestros datos personales. Nos dejan pasar, nos autorizan, nos permiten… sólo con el documento acreditativo. Nos fiamos de nuestros papeles y de los papeles de los demás, cuando éstos están en regla.En el desierto se nos invita a ir sin papeles,  sin programación ni guía, sean pensados o  por escrito. Los papeles nos van a distraer, y, aunque sea la propia Palabra de Dios, este mismo boletín que está en nuestras manos, cualquier “receta” útil para el día de desierto, el libro que esperábamos leer un poco en ese día, etc. son parte de la mochila pesada que nos va a sobrar. Tampoco los papeles o libretas o diarios para escribir, ya que corremos el riesgo de perdernos en nuestros pensamientos y no dejar paso al pensamiento de Dios. Hay que dejar que Dios escriba el camino, lo muestre y nos sitúe en él: si elegimos nosotros, no nos dejamos poseer por su Espíritu. Si creemos que el desierto es rodearnos de seguridades, no entraremos nunca. “A un grupo de sus discípulos que estaban tremendamente ilusionados con una peregrinación que iban a emprender les dijo el Maestro: Llevad con vosotros esta calabaza amarga y aseguraos de que la bañáis en todos los ríos sagrados y la introducís con vosotros en todos los santuarios por los que paséis. Cuando regresaron los discípulos, la amarga calabaza fue cocinada y posteriormente servida como comida sacramental. Es extraño, dijo con toda intención el Maestro después de haberla probado, el agua sagrada y los santuarios no han conseguido endulzarla[1].El desierto no es para pensar; es para llenarte del pensamiento de Dios. Sí que es un tiempo de sensaciones, de sentir lo que Dios siente por ti, por la humanidad y por todo lo creado. Esas sensaciones son las que hay que disfrutar, sin que muten en ideas y sin idealizar la cercanía o lejanía de Dios con conclusiones.No nos revisamos, no nos evaluamos; es Dios quien nos evalúa.La Biblia, el Nuevo Testamento o el Libro de los Salmos, dejémoslos en casa. Seguro que a la vuelta del desierto nos van a sorprender, vamos a gozar con ellos. Si los hacemos compañeros de desierto pueden convertirse en un arma a nuestro favor, un medio para darnos la razón a nosotros mismos, un recurso que nos distraiga de las llamadas de Dios en el silencio y la soledad. No pensemos que sin leer, sin escribir, nos “va a salir mal el día”, que nos vamos a aburrir a ratos… El hastío y el aburrimiento forman parte de la dinámica que Dios nos tiene preparada en el desierto. Éste no es para divertirse ni ocupar un tiempo para rezar; no hay que hablar nada, sólo dejar a Dios hablar, y él se manifestará si le dejamos sitio, si le mostramos nuestro corazón desnudo, de todo ruido, de toda programación, de todo pensamiento. El corazón libre y silenciado será el que escuche; el ocupado y con ruidos volverá del desierto muy descansado y distraído, feliz por un bello día de paseo y contacto con la naturaleza.
A reloj parado                                
El desierto puede durar una jornada, unas horas, semanas y hasta años. “Cuarenta días”, “cuarenta años”, son signos que en la Palabra Dios marca como un tiempo prolongado. Él mismo nos va a invitar a pasar y quedarnos, o a atravesarlo, sin prisas, según nuestra disponibilidad interior.  Es mejor que Dios decida el tiempo pero raramente podremos en la práctica tener esa actitud, ya que lo que normalmente llamamos la “jornada de desierto” o una semana de desierto son espacios dentro de nuestra vida y ocupaciones entregados al Señor y él entregado a nosotros, y resulta un lujo poder disponer de un tiempo ilimitado, siendo realistas y moradores de esta tierra. Por el trabajo, por la salud, por el momento en que vivimos, será preciso establecer cuándo vamos de desierto, dónde y cómo, y dejar que Dios sea quien conduzca, poniéndonos en sus manos. Sabemos que vamos a estar solos, y eso nos asusta: encontrarnos con nosotros mismos puede ser más duro de lo que pensamos. “El desierto manifiesta, en su realidad misma, la señal de aislamiento, no solamente de los hombres, sino de cualquier rastro de presencia y de actividad humana; manifiesta la señal de la aridez, del desasimiento para todos los sentidos, el de la vista como el del oído; manifiesta la señal de una impotencia total del hombre que allí descubre su debilidad, ya que el hombre no puede hacer nada para subsistir por sí mismo en el desierto; en fin, manifiesta la señal de la pobreza, de la austeridad, de la extrema simplicidad. Es Dios quien conduce al desierto, porque el espíritu no puede permanecer en él sino alimentado directamente por Dios[2]. Por eso es bueno entrar en el desierto con “todo el tiempo del mundo”, sin esperar a mañana, sin preguntarnos el porqué sino el para qué. Para qué Dios me ofrece este tiempo de silencio, de búsqueda, de estar a la escucha, sin que me suene el teléfono, sin que sea un reloj quien me indique cuándo voy a comer o cuándo voy a volver. El reloj puede ser un instrumento, pero nunca un dictador.“Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo[3]. Carlos de Foucauld, en este párrafo de sus Escritos Espirituales, experimenta qué es desprenderse, qué es ponerse en las manos del Padre, qué significa “ha valido la pena”. Cierto que él tenía “todo el tiempo del mundo”, mas nosotros tenemos ese tiempo gratuito si en lo poco o mucho que dediquemos al desierto está el todo, los segundos, minutos y horas que no quedan marcados, la insubordinación a sentirnos programados, vivir el presente como si fuera toda la eternidad, saborear el día y la noche como el regalo mejor de nuestra vida.Presentarnos pobres, vulnerables, inseguros en el desierto, liberados de nuestro traje social del momento, de nuestros papeles profesionales, religiosos o políticos, es darle a Dios todo nuestro ser para que sea él quien lo trabaje y nos dejemos trabajar por él.El tiempo de Jesús en Nazaret, el tiempo del hermano Carlos también allí, el estilo de Nazaret, poseen el preludio del auténtico tiempo de desierto. “Nazaret es, antes de la oración, el largo tiempo de la preparación, de la oración, del sacrificio; el tiempo de la larga soledad, de la purificación, del conocimiento de los hombres, del ejercicio del escondimiento[4]. La calidad de ese tiempo de desierto no consistirá en el concepto de espacio y tiempo invertidos, sino en el amor entregado y el que hemos recibido de Dios. “El hermano Carlos fue fiel a su conciencia[5], él no cesó de buscar “con todo el tiempo del mundo”.
Las moscas del desierto
¿Quién no ha tenido a las moscas como compañeras del tiempo de desierto? Esas moscas incordiantes suelen siempre volver al mismo sitio una y otra vez. Las más grandes son las más ruidosas y las más molestas. Es curioso que, cuando hay alguna herida, acuden pronto no siempre con fines terapéuticos.Las moscas nos persiguen y nos son fieles. Nos recuerdan que tenemos calor, que tenemos hambre, que tenemos paciencia y, a pesar de nuestros aspavientos o manotazos raramente conseguimos acabar con alguna. Nuestras ideas, nuestros anhelos, las frustraciones, las ocasiones perdidas, las últimas noticias, la gente que nos preocupa… enormes moscas que rondan nuestro desierto para hacerlo más humano y veraz. Si observamos estos “animales salvajes”  con una mirada contemplativa, le daremos gracias al Señor porque están ahí y hemos olvidado el repelente de insectos, el matamoscas y el insecticida de estar seguro de uno mismo. Nos incordia nuestra falta de generosidad, de amor desprendido, de escucha, de estar disponible. “Para el Evangelio del Reino, la cumbre del mal es lo que destruye el espacio, la relación de confianza, de justicia y de ternura misericordiosa, en el corazón de nuestras historias. Para el hombre evangélico, lo que destruye la relación de amor no es la muerte, sino el pecado[6].El problema de las moscas no es que nos distraigan, ya que estarán las más de las veces  ahí. El problema es que molestan, y nos recuerdan que también nos gusta hacer ruido, volar, molestar, incordiar… Las moscas del desierto nos enseñarán a ser tolerantes con nosotros mismos y con los demás, a no auto-flagelarnos con mala conciencia, con auto-compasión o con esas miradas al ombligo que tanto nos consuelan. Si sabemos transformar nuestras respuestas en preguntas –respuestas antes que preguntas sobre nosotros mismos, sea nuestro comportamiento o nuestro pasado o futuro, o las respuestas que nos damos para auto-justificarnos- pondremos a nuestro subconsciente en su sitio y dejaremos que éste surja en su momento, fuera del desierto, que ya habrá tiempo para ello. Lo cotidiano es que fluya lo vivido, lo experimentado o aprendido en nuestros razonamientos y conductas, en lo cognitivo y lo conductual, que diría un psicólogo. Todo ello configura el mundo de las emociones y las reacciones ante lo inesperado, con respuestas desde nuestra lógica. Para el desierto, si no deseamos que sea éste una sesión de psicoanálisis con Dios por terapeuta, dejaremos que las moscas se  vayan cuando quieran tal y como han venido, o se queden si les somos atrayentes.
Sale el día nublado
Salir al encuentro de Dios es ponerse en el camino hacia lo desconocido. No sabemos dónde y cuándo lo vamos a encontrar. El contacto humano es un medio mucho más fácil y seguro para ello, especialmente cuando son los últimos, lo preferidos de Jesús, quienes nos muestran su rostro. En la adoración o la celebración está claro que también. Pero en el desierto no hay nadie: sólo uno mismo. Agradeceríamos el buen clima, el sol moderado, el viento como suave brisa, los elementos que nos hacen sentir bien, que son un complemento para la paz. Cuando el día “sale nublado” o “hace mal tiempo” es el momento de confiar, de dejarse llevar. Cuando nos planteamos ¿qué hago yo aquí? ¿Dónde me he metido? ¿Quién me manda a mí venir? ¿A dónde voy yo ahora? Y nos decimos con toda lógica a nosotros mismos “si lo sé no vengo; no entiendo nada, estoy deseando volver…” Ahí es donde hay premio, ahí es donde Dios nos está tocando realmente desde nuestro ser y a nuestro ser, porque no nos transmite miedo alguno, sino que son los nuestros propios los que se manifiestan; no es su falta de motivación, es la desmotivación personal la que nos molesta sentirla como una hija nuestra. “El pueblo de Israel fue llevado al desierto antes de poder entrar en la tierra prometida. El desierto se convirtió en un poder transformador. De la misma forma, todo lo que atravesemos será una fuente de energía para nuestra vida[7].Del desierto podemos salir transformados, con la fe reforzada. Pero tampoco será negativo para nosotros, y ahí es donde tenemos premio, si salimos interpelados, más inseguros de lo que estábamos, con cuestiones por resolver, ya que al desierto no se va para resolver nada ni buscar la solución a los problemas. Si no hemos encontrado a Dios no es porque él juegue al escondite con nosotros y hayamos perdido, es su ausencia la que hemos experimentado como reto para seguir buscando. Cuando nos perdemos en nuestras ideas y proyectos en el silencio, no estamos abiertos al pensamiento y al proyecto de Dios, nos distanciamos de su poder transformador y de Padre. Jesús nos diría, en este caso, que busquemos el Reino de Dios y su justicia, y que todo lo demás se nos dará por añadidura, y que el Reino no está en esta idea o en tal proyecto, sino en la lucha del día a día y en la capacidad transformadora con que nos provee con su Espíritu, desde la nube o desde el sol, desde ese firmamento que vemos y gozamos tantas veces y desde la triste luz que nos llega a través de los nubarrones.
Con papel de regalo
Jesús abre al mismo tiempo los ojos, el cuerpo y el espíritu bajo la acción del Espíritu que desciende sobre él. ¿Debe pensar que ese día una  nueva conciencia de sí mismo se despierta en él, o, más sencillo, que él recibe la confirmación solemne de lo que ya sabía y vivía humildemente, en lo oculto, en Nazaret, en su intimidad cotidiana con Dios?[8] .“En seguida el Espíritu lo empujó al desierto. Allí permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre los animales salvajes y los ángeles le servían[9]. Después de esa experiencia, tal y como viene en los tres sinópticos, Jesús no regresa al desierto, ni a posteriori aconseja a sus discípulos pasar por ahí, ni les marca la condición de una búsqueda de Dios a través de él. Sí que les animará a buscar el Reino y su justicia, a trabajar por él, a transformar el mundo. El desierto fue una llamada del Espíritu para él, para el antiguo Pueblo de Israel, en camino hacia la Tierra Prometida,  y para tantos hombres y mujeres que, como consecuencia del seguimiento de Jesús, de su compromiso por el Reino y como portadores de la Buena Noticia, son llamados también a escuchar a Dios en soledad. Y en el desierto hay muchas maneras de ser “tentado por Satanás”, encarnado en la pereza, la inseguridad, la comodidad; la sensación de pérdida de tiempo; de convivencia con “animales salvajes” ficticios o reales, los miedos, el orgullo, la indiferencia, el aburrimiento, las alternativas a ocupar el tiempo que creemos malgastado; de ser “servido por los ángeles” en la medida en que nuestra fe nos anima a continuar para estar, a dejarnos llevar en confianza por aquél que nos ama, como un gran regalo, envuelto en el papel de la esperanza, de la alegría, de la confianza, de la reconciliación con uno mismo. El papel de la piel de cada uno, a quien Dios  ama tal y como somos, y se nos muestra así en el desierto: papel de regalo. Un tiempo gratuito, entregado no para buscarse a uno mismo, sino para buscar al Señor; un tiempo libre, de todo componente estresante, de cumplimiento, de quedar bien ante los demás o ante la propia conciencia, viviendo lo inesperado, porque esperado es Dios y él nos espera, sintiendo que hoy, más que nunca, somos llamados por él a ser poseídos, cuidados, amados, sin pensar en cuánto me va a costar (el tiempo que podría haber empleado en otra cosa, el descanso que prefiero a ir no sé dónde porque el Espíritu me empuja, sentir que no entiendo nada) a mi persona, a mi ego, a mi trabajo o a mis vacaciones. Vivir en gratuidad este tiempo y vivir la gratuidad con que  Dios me trata y me acompaña…
La noche de desierto
El silencio de la noche nos ayuda a silenciarnos por dentro. Puede ser un buen momento para dejarnos llevar por el Señor en la soledad que supone la no apreciación de los colores, de elementos de la naturaleza, salvo el cosmos, de ruidos domésticos o urbanos. La noche es tiempo de salvación, decimos en el himno de Completas, y esa parte del día puede ser tiempo de desierto, en vela, no como Jesús en Getsemaní, que oraba angustiado, aunque lleno de confianza en el Padre, no como vigilia de oración o adoración nocturna, sino como desierto en la noche, desde que se pone el sol hasta que sale con el amanecer.La experiencia nocturna de desierto incluye tanto o más riesgos de dispersión que durante el día: si estamos en el campo o en la montaña, probablemente hará frío; los ruidos de la noche, inciertos en origen, nos pueden asustar; las sombras, la oscuridad… Si amenaza lluvia o viento fuerte nuestro sentido común nos invita a quedarnos en casa o a cubierto. El sueño, por el cansancio por nuestro ritmo habitual de vida, hará presencia en esas horas. Pero todas esas “moscas” nocturnas nos ayudan a desafiar nuestra comodidad y la hospitalidad de un lugar seguro. Jesús oraba en la noche; el desierto nos anima a escuchar y buscar al Señor, con los mismos planteamientos de un desierto en el día.La noche puede asustar, como asusta el desierto, y ello es parte de las sensaciones que experimentamos en nuestra búsqueda. La noche invita a la contemplación, a la adoración, a escuchar, y es un entorno que nos seduce para saborear los silencios y los sonidos, dejándonos envolver por la oscuridad e interiorizar para que el eco de la voz de Dios sea dueño de nuestra noche y de nuestro ser, sin temor a perderse, “…en el desierto es mucho más fácil orientarse de noche que de día, que los puntos de referencia son infinitamente más numerosos y seguros[10].Cualquier noche, desde su comienzo hasta su final, o un número de horas limitado, es buena para entregarse por el campo, o la montaña, o la orilla de la playa, o el propio desierto como espacio físico a la llamada del Espíritu que nos hace salir de nuestro bienestar, desafiar el frío y la oscuridad y dejarnos llevar por él.En la extensión del desierto, la que Dios nos ofrece, no la que queremos abarcar o delimitar, de día o de noche, el Señor nos invita a ser aprendices de un mundo nuevo a los que no somos maestros de nada.horizontal rule[1]. Anthony de Mello, ¿Quién puede hacer que amanezca?, (Santander 1985, 84)[2]. René Voillaume, Por los caminos del mundo, (Madrid 1964, 214-215)[3].  Carlos de Foucauld, Obras espirituales, (Madrid, 1998, 113)[4]. Carlo Carreto, Cartas del Desierto, (Madrid 1990, 138)[5].  Ion Etxezarreta, Hacia los más abandonados, (Granada 1995, 115)[6].  José Reding, Lueurs d’aurores, (Malonne, 1999, 52)[7]. Willigis Jäger, Adonde nos lleva nuestro anhelo, DDB, Bilbao, 2004, 165[8]. Éloi LECLERC, Dieu plus grand, DDB, París, 1990, 34[9]. Mc 1,12-13[10] Carlo Carreto, Íbid. 189
 

Textos para Orar con Hermanita Magdeleine

(I)

Mi mayor enfermedad, ya lo adivina, es estar en la tierra en vez de estar en el cielo… No se cura, esta enfermedad, no puede hacer sino aumentar… Mi mayor enfermedad consiste también en amar con pasión a Alguien que está a la vez tan cerca y tan lejos, en vivir al mismo tiempo con él y con todos los seres humanos… en querer amarlo todo de una forma absoluta y estar desgarrada entre el Islam y el mundo obrero, Touggourt y El Abiodh,  el noviciado, la fraternidad obrera y todos los amigos que he encontrado por los caminos de Francia y de otros lados.

Desgarrada, es exactamente la palabra que conviene, como algo muy pequeño que se quiere llenar demasiado”.

11 de Mayo de 1947, al Padre Voillaume

(II)

Es muy consolador pensar que aquí mismo el Señor Jesús pasó largas y dulces horas de amistad  que le hacían olvidar tantas horas dolorosas de enemistad y de odio, pensar que, cuando ya no podía más al encontrar tantas incomprensiones y condenas, venía a descansar a una casa amiga donde todos le querían, le comprendían – incluso cuando decía cosas extrañas e incomprensibles, porque todos creían en él. Venía a descansar junto al amor ardiente y puro de María Magdalena. Le gustaba que se quedara a sus pies durante largas horas y no la rechazaba, aunque Marta protestara contra su aparente inutilidad.

Betania es muy cerca de Jerusalén, pero los senderos son muy duros y pedregosos. El Señor Amado atravesó estos montes… respiró este aire…

En esta dulzura de Betania y de Belén, y en el sufrimiento que se siente pesar sobre Jerusalén, no puedo pensar más que en una cosa: en el amor. No puedo desearos más que una cosa: comprender el amor. No puedo sufrir más que de una cosa: de las faltas de amor, y tengo más que nunca nostalgia del cielo, donde no habrá más sombras en el amor.

¿Habéis comprendido bien el verdadero sentido del amor? ¿Habéis medido sus exigencias, os habéis  dado cuenta de todos sus matices, todas sus delicadezas?

¿Será que el Señor Jesús hizo una selección? Al contrario, se ofreció a los clavos de la cruz con los brazos abiertos, para que nadie fuera excluido de su amor, ni siquiera el  más miserable, el más egoísta y el más ingrato de todos los hombres. Por todos, el Señor Jesús sufrió y murió. En nombre de su Amor todos, sin exclusión, tienen derecho estricto a vuestro amor fraterno”.

En Betania, 20 de agosto de 1950, a las Hermanitas

(III)

Vuelvo de la misa, en que he vivido profundamente con Jesús ofreciéndole mi sufrimiento de ayer, y toda impregnada aún por esta presencia, le escribo.

Durante la cena, anoche, revolvió muchas cosas hablando de la vida contemplativa y dijo, sobre todo, esta frase que me entró en el corazón: «Unas hermanas que tienen un ideal de vida contemplativa deberían tener una celebración más recogida». Y luego lo cuestionó todo, pensando que una vida de contactos debería llamarse más bien vida evangélica, y que no había que jugar con las palabras.

Padre, diga que hay riesgos, diga que hay dificultades, pero no ceda, se lo suplico. Todo el mundo tiene los ojos puestos en usted. Es la primera vez que una forma de vida tan en contacto con los hombres quiere ser al mismo tiempo tan auténtica y profundamente contemplativa.

La vida contemplativa, usted mismo lo dijo, es una vida de amistad con la persona de Jesús, es una vida interior mucho más profunda en contacto con el mismo Dios. Por qué esta amistad, este contacto no podrían coexistir con una llamada de las almas, e incluso de las muchedumbres. Justamente porque la amistad será mayor, la intimidad más profunda, tendremos más sed de llevar Jesús a la gente, de irradiarlo, de hacerlo amar. Y porque habremos sentido todas estas necesidades de la gente tendremos aún más sed de llenarnos de Jesús, de retirarnos con él. Padre, usted piensa que mi caso es una excepción. Todas las hermanitas que me rodean sienten en ellas muy claramente esta llamada. Es una necesidad del tiempo presente, una acción del Espíritu Santo. Las que vienen a verme de todas las regiones de Francia, de Inglaterra, de Italia… todas sienten esta misma llamada: una vida contemplativa muy intensa, y una vida completamente mezclada con la gente. No cambie las palabras, haría daño a todas estas almas que vienen hasta nosotros.

Que hay que salvaguardar este ideal de vida, yo también lo pienso. Que usted sufra como yo de no haber llegado aún a la plena madurez en la realización práctica, lo comprendo, pero se lo suplico, véalo con confianza para dar confianza a los demás, a los que le miran y le siguen, le aseguro que Dios está haciendo de usted un guía no solo para nuestras fraternidades, sino para todos los que buscan y dudan, que tienen un llamamiento confuso y no llegan a encontrar la buena forma. No puede escapar a este deber, aunque esto les quite tiempo a los hermanitos. Ni usted ni yo tenemos derecho a cerrar las puertas para protegernos”.

24 de agosto de 1947, al Padre Voillaume

(IV)

Señor Jesús:

Tú eres el Maestro de lo Imposible…

Por la intercesión de hermanita Magdeleine,

te pedimos con confianza:

Auméntanos la fe,

danos un corazón más fraterno

que abarque al mundo entero.

Concédenos la gracia de…

(decir la gracia solicitada).

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

Por los siglos de los siglos. Amén.

Jalones de unas vidas en constante búsqueda de la Verdad

La vida de Jacques Maritain, y también de su esposa Raïssa, se puede definir como una búsqueda constante. En efecto, su conversión, el paso del ateísmo al catolicismo; el interés por la relación del hombre con Dios, teología y mística, sin olvidar la relación del hombre con él mismo, filosofía y humanismo, así lo muestran. Maritain también fue uno de los que hizo posible el diálogo entre el catolicismo y la democracia moderna, el famoso aggiornamento del Vaticano II.En los más de 90 años que vivió, Jacques Maritain (1882-1973) fue testigo directo de los grandes cambios y trasformaciones del siglo XX. Siempre intentó dar una respuesta a los interrogantes del mundo desde la fe y la razón.Nació en París en el seno de una familia protestante. Durante la juventud fue abandonando la práctica religiosa hasta convertirse en no-creyente. En 1900, mientras estudia filosofía en la Sorbona, conoce a Raïssa Oumançof (1883-1960), con quien se casará cuatro años más tarde. Ella pertenece a una familia judía que había huido del antisemitismo de la Rusia zarista. Raïssa, como Jacques, en ese momento no son creyentes. Su situación vital dará un vuelco a partir de la participación en las clases de Henri Bergson (1859-1941) y sobre todo a raíz del conocimiento de los escritores Charles Péguy (1873-1914) y León Bloy (1846-1917). La influencia de estos encuentros, y después de una crisis intelectual, hace que el matrimonio se convierta al catolicismo.Razón y feEn los primeros momentos de su conversión Jacques cree durante un tiempo que el hecho de ser una persona religiosa era incompatible con el desarrollo de un pensamiento filosófico propio. Llegó a creer que razón y fe eran dos caminos irreconciliables, que eran contradictorios. Más adelante, esta visión radical, cambió.  Leyendo las obras de santo Tomás de Aquino J. Maritain se da cuenta de la profundidad del pensamiento cristiano, que la razón y la fe, aún siendo diferentes, no tienen que ser por fuerza contradictorias, sino que cada una a su manera se complementan. Maritain entonces empieza a desarrollar una filosofía propia sin necesidad de renunciar a la fe. En esta época Maritain empieza a impartir clases en el Instituto Católico de París y elabora sus primeras obras, que en buena parte dan fe de esta nueva visión de la convivencia entre la razón y la fe. De esta época son sus obras Arte y escolástica, Religión y cultura.Entre 1927 y 1939 Jacques y Raïssa Maritain convierten su casa de Meudon, en las afueras de París, en un lugar de encuentro de filósofos, teólogos y amigos diversos. Estos encuentros los continuarán en Nueva York a partir de la invasión nazi de Europa. Sobre las amistades del matrimonio Maritain durante estos años Raïssa elaboró un gran libro, Las grandes amistades.En el pensamiento de Maritain ocupa un lugar especial la preocupación por eliminar el sufrimiento de la faz de la tierra, por construir un mundo más humano. Las dos guerras mundiales, el nazismo y el socialismo soviético han aportado a la humanidad muerte y dolor, y han rebajado a extremos impensables la dignidad humana. Nuestro pensador cree posible una civilización nueva y, por supuesto, mejor. Con tal de que esto sea real el mundo profano debe ser autónomo, no se trata pues, de crear un estado religioso. Pero este mismo estado, esta sociedad, se ha de construir teniendo en cuenta el cristianismo y sus valores. Al mismo tiempo el mundo debe evolucionar mediante la técnica, pero ésta no puede estar sólo al servicio de algunos, sino de todo el mundo. La técnica y la ciencia han de ser, efectivamente, una herramienta para mejorar el mundo, pero la humanidad no tiene que ser su esclava.Respecto a la religión, y en concreto al cristianismo, hay que evitar caer en el error de rechazar el mundo moderno y sus cambios. La religión debe ir en concordancia con su época, porque el cristianismo no es una teoría abstracta y alejada de la realidad. Por eso los cristianos han de estar muy atentos a la evolución de su tiempo. Maritain, pues, hace un llamamiento a un compromiso en la época que a cada uno le ha tocado vivir, y esto también quiere decir participar de la justicia social y los derechos humanos. Todas estas reflexiones de Maritain están inspiradas en los principios evangélicos y son el camino más idóneo para hacer un mundo más humano y al mismo tiempo más cristiano.En el terreno más estrictamente religioso Jacques Maritain hace igualmente una incursión en la mística, que él define como la sabiduría  superior, lo “que se encuentra en el corazón de la existencia humana”. Por eso destaca grandes figuras de estas experiencias trascendentes, como san Benito de Nursia, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Ávila y santa Teresa de Lisieux. Pero el místico más admirado y estudiado por Maritain es sin ninguna duda san Juan de la Cruz. Maritain sitúa a este santo como el punto álgido de la mística cristiana, de una manera equivalente a los que representa santo Tomás en la filosofía cristiana. Para Maritain, los dos, uno por medio de la fe y otro por la razón, pretenden llegar al conocimiento de Dios. Maritain afirma que “el hombre es libre porque ama. Todo lo que tiene el sabor del amor pierde para el hombre todo sabor”.También fue admirador y estudioso del fenómeno místico en otras religiones. Así supo encontrar en la ascesis india la confirmación de que el alma humana tiende a la experiencia mística, al reencuentro con Dios. Este interés por otras religiones, que en ningún caso se tiene que confundir con un intento de sincretismo, evidencia que el pensamiento de Maritain era en algunos aspectos bastante avanzado a su tiempo. Esta nota de búsqueda e interés por el fenómeno interreligiosos profetiza y adelanta una parte del espíritu que estará presente en el Concilio Vaticano II y que ha continuado hasta nuestros días.Iglesia y modernidadMaritain, como hombre creyente que observa el mundo desde una posición privilegiada, fue uno de los intelectuales católicos que más firmemente apostó por el aggiornamento (puesta al día) propugnada por el Vaticano II. Él trabajó a fondo por esta renovación de la Iglesia católica en los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI, e incluso, le podemos considerar como uno de los inspiradores directos de aquel acontecimiento crucial de renovación y puesta al día de la Iglesia. No es difícil encontrar trazos del pensamiento de Jacques Maritain en el espíritu surgido del Concilio Vaticano II, no sólo en el ecumenismo y el movimiento interreligioso, sino también y sobre todo en la relación entre la Iglesia y la sociedad moderna. Muchas de las cuestiones que el pensador francés había trabajado durante años, y que se podrían resumir en la situación de la Iglesia dentro del cambiante mundo actual, se ven reflejadas en los documentos del Concilio.Maritain concebía todo su pensamiento desde el punto de vista del amor cristiano, tanto del amor entre los seres humanos como del hombre con Dios. Por el amor se tiene que construir un mundo mejor y en paz, se han de establecer canales de comunicación más visibles entre Iglesia y sociedad y se ha de promover un diálogo fraterno entre las diferentes confesiones cristianas y entre las distintas religiones.Cristiano comprometidoJacques Maritain estuvo siempre comprometido con la paz y la libertad de los pueblos. Redactó varios escritos contra la Guerra Civil española y contra los regímenes totalitarios de Alemania, Italia y España. En el año 1941, ya exiliado en Estados Unidos a causa de la Segunda Guerra Mundial, publicó A través del desastre, una obra en la que proponía una colaboración entre los católicos y la democracia occidental.Terminado el conflicto Maritain fue llamado por el general De Gaulle para desempeñar el oficio de embajador de Francia ante la Santa Sede, cargo que ejerció entre 1945 y 1948. Esta etapa fue crucial para él, porque estableció una buena sintonía con el Vaticano, lo que más tarde le permitía ser uno de los impulsores del Concilio Vaticano II. Y en aquella época todavía ocupó otro cargo relevante. En 1947 fue el jefe de la delegación francesa en la Asamblea de la UNESCO de la Ciudad de México. Maritain jugó un papel importante en el espíritu fundador de la organización y en la Declaración universal de los derechos humanos de las Naciones Unidas.En los últimos años de su vida, y una vez que falleció su esposa Raïssa en 1960, Jacques se retira con la comunidad de los Hermanos de Jesús, en Toulouse de Llenguadoc. Más tarde hará su profesión religiosa. Sólo interrumpirá este retiro para asistir a ciertos actos del Concilio Vaticano II. Morirá en el seno de esta comunidad religiosa el 28 de abril de 1973 dejando una obra póstuma, Las dos grandes Patrias, considerada su testamento espiritual.Al año siguiente, tras la muerte del insigne pensador, se fundaba en Roma el Instituto Internacional Jacques Maritain. Esta entidad tiene por objetivos estudiar y difundir el pensamiento Jacques Maritain, pero también promover investigaciones más generales sobre los problemas de la cultura, la sociedad y el hombre contemporáneo. Por otro lado, el Círculo de Estudios Jacques y Raïssa Maritain, con sede en Kolbsheim, en Estrasburgo, desarrolla una función centrada en la obra del matrimonio Maritain. Esta institución conserva la documentación de los Maritain, la da a conocer y fomenta su estudio.Raïssa y las grandes amistadesNo podemos comprender la evolución y la obra de Jacques Maritain sin la influencia de su esposa. De pequeña, Raïssa Oumançoff, cuando todavía vivía en Rusia, ya había demostrado una inteligencia y una perspicacia excepcionales, cualidades que más tarde, en Francia, demostró sobradamente en la universidad y en las obras que escribió. Fue ella quien, de hecho, encaminó a su marido hacia personalidades destacadas del mundo cultural y religioso, y no sin razón Jacques la consideró como su inspiradora.La obra más conocida de Raïssa es Las grandes amistades, editada por primera vez durante el exilio de los Maritain en Estados Unidos. El libro es un repaso de la evolución espiritual del matrimonio y, por encima de todo, una descripción de todos los amigos que habían hecho hasta entonces, esta es la razón del título. Las amistades de los Maritain nacieron primero en la universidad y, después, sobre todo, en Meudon. En su casa se reunieron durante años personalidades muy diferentes del mundo cultural, independiente de sus creencias. Por la casa del matrimonio Maritain pasaron, aparte de teólogos y filósofos, escritores como Emmanuel Mounier, Jean Cocteau, Georges Bernanos, François Mauric y Julien Green; pintores como Changall y Rouault y músicos como Manuel de Falla y Strawinsky. A partir de la Segunda Guerra Mundial, y una vez instalados en Nueva York, Jacques y Raïssa continuaron relacionándose con el mundo intelectual, principalmente con exiliados franceses. Después de este periodo americano, Maritain se relacionó con el cardenal Journet y con el propio papa Pablo VI, con quien compartía el espíritu de la conclusiones del Concilio Vaticano II.Pero uno de los aspectos menos conocidos de los Maritain fue su relación con Cataluña. Jacques estableció amistad con personalidades católicas catalanas como el cardenal Francesc Vidal i Barraquer, Joan Baptista Roca, Carles Cardó y Ramón Sugranyes. Y el pensamiento de Maritain se ha dejado sentir por ejemplo en escritores como Marià Manent y Joseph María Piñol. También en algunos políticos  tales como Anton Cañellas, Joan Rigol y Jordi Pujol y el obispo Joan Carrera. Fue precisamente Mons. Carrera quien tradujo Las grandes amistades al catalán en el año 1964.  Eduard Brufau, Catalunya Cristiana, 25 septiembre 2003 «Maritain amaba a la Iglesia, veneraba en ella el misterio del don de Dios y la Esposa de Cristo, la servía. Por otro lado, la Iglesia es un pueblo, y Maritain es uno de sus hijos: es muy difícil aislar su aportación “personal”, en la que ha intentado hacer fructificar lo que él mismo había recibido…Se puede rememorar el homenaje que el papa Pablo VI, amigo suyo, le rindió. El 8 de diciembre de 1965, durante la clausura solemne del Concilio Vaticano II, remitía a los hombres de ciencia y de cultura a Jacques Maritain, y subrayaba el sentido de esta elección simbólica diciéndoles: “La Iglesia os reconoce el trabajo de toda vuestra vida”. Y el domingo 29 de abril de 1973, a la hora del ángelus, el mismo Papa anunciaba la muerte de Maritain acontecida la vigilia anterior en Toulouse, y concluyó designándolo con estas palabras: “Era verdaderamente un gran pensador de nuestra época, un maestro en el arte de pensar de nuestra época, un maestro en el arte de pensar, de vivir y de rezar.” El papa Juan Pablo II le ha rendido igualmente un homenaje muy fuerte en 1982, para el centenario del nacimiento del filósofo.Si se quiere detallar la contribución de Maritain citemos “fe y razón” (es suficiente con evocar los títulos de unos cuantos trabajos suyos: Los grados del saber, Ciencia y sabiduría); las relaciones de la Iglesia y del Estado, la cuestión de la libertad religiosa; humanismo integral y el ideal de una nueva cristiandad, de un cristianismo promotor de los derechos humanos y nutridor de un ideal de fraternidad humana; la ejemplaridad de su combate contra el antisemitismo y los regímenes totalitarios; la promoción del laicado en la Iglesia… Pero no se pueden olvidar las fuentes fecundas de su mediación metafísica sobre el misterio del ser, el misterio de Dios, el misterio de la libertad y el misterio del mal».Entrevista a René Mougel, Director del Círculo de Estudios J. y R. Maritain 
 

MONS. ANCEL, OBISPO OBRERO. BREVE HISTORIA DE UNA GRAN AVENTURA


Sabíamos, de una manera general, lo que queríamos hacer y
por qué queríamos hacerlo. Habíamos obtenido las autorizaciones
necesarias. Había que comenzar.
Era preciso, primeramente, elegir el lugar de implantación
de la comunidad. En una reunión con la comisión diocesana de la
A.C.O. de Lyon (Acción Católica Obrera), se decidió que nos
estableciésemos en el barrio de Gerland, -ubicado en el extremo sur
de la villa de Lyon en la orilla izquierda del Ródano; se encuentra
flanqueado por el río y la vía férrea que va a Marsella-, y en una
reunión con el equipo local de la A.C.O. se concretó el lugar donde
estaríamos mejor situados. A principios de septiembre habíamos ya
podido encontrar lo que buscábamos, y después de ciertos trabajos
de acondicionamiento, nos instalamos el 2 de octubre de 1954.
Nuestra residencia era la antigua casona de la fábrica de vidrio de
Gerland. En la planta baja había una habitación bastante amplia: esta
pieza fue acondicionada para que sirviera de cocina, de taller y de
sala de reuniones. En el piso superior había un granero en el que
pudimos instalar una capilla, un dormitorio y una habitación que
servía a la vez de alcoba y de despacho.
Nos encontrábamos en un barrio muy populoso, situado en
una zona industrial. Nuestros vecinos inmediatos en la explanada y
en la calle habitaban en casas pobres. Generalmente eran obreros
especializados. Pocos peones y pocos profesionales. Entre ellos había
franceses y también un número considerable de italianos y de
españoles. En la calle había también algunos norteafricanos con un
café M.N.A. (Movimiento Nacional Argelino). Casi no había
cristianos practicantes; solamente dos mujeres.
Nos instalamos muy sencillamente, como lo habría hecho
una familia obrera, y comenzamos a vivir la vida obrera, sin más, a
sabiendas de que tendríamos mucho que aprender si queríamos
verdaderamente introducirnos en el mundo obrero.
Durante el primer período de Gerland (1954-1959), tuve casi
siempre conmigo dos sacerdotes y dos hermanos legos. Como no se
me autorizó a trabajar en una fábrica o taller artesano, por lo que a
mí afecta, busqué trabajo que pudiese hacer en casa. Después de
algunos ensayos, que me hicieron conocer los irrisorios salarios con
los que pese a las prescripciones legales han de contentarse la
mayoría de los trabajadores a domicilio, pude encontrar un trabajo
suficientemente retribuido. Se trataba de un trabajo preparatorio
para la fabricación de muelas en tejido (discos). Cada semana
consagraba un cierto número de horas al trabajo, según mis
posibilidades y me pagaban a destajo. Yo no era, pues, artesano, sino
asalariado. Es una forma de trabajo que confiere una libertad muy
grande desde todos los puntos de vista; desde el punto de vista legal
este trabajo es completamente regular y da derecho al Seguro Social.
Ninguno de los sacerdotes pudo jamás trabajar en una
fábrica. Las prescripciones a las que estaban sometidos por las
decisiones de la Santa Sede, no lo permitían. Por eso hubieron de
trabajar en pequeñas empresas en donde podían más fácilmente
aceptar estas condiciones. Poco después, pudieron aprovecharse de
una interpretación más amplia referente al trabajo en la artesanía
propiamente dicha. En todo tiempo hemos dado cuenta con
exactitud al Santo Oficio de cuanto se refería a nuestro modo de
trabajar.
Los dos hermanos trabajaban en una fábrica toda la jornada.
Para hacerlo no tenían necesidad de autorización especial. Siendo
como eran miembros laicos de un Instituto secular, podían, en efecto,
ejercer toda profesión compatible con su consagración religiosa.
Pero no basta con estar presente en un barrio y trabajar allí
manualmente para que se establezcan de inmediato los contactos.
Por otra parte tampoco nosotros habíamos querido actuar a la
manera de un sacerdote de la parroquia que va a girar una visita a
sus feligreses. Nosotros nos prohibimos todo contacto que no fuera
natural y aceptamos todos los plazos que fueran necesarios para ello.
Esta manera de obrar se nos imponía en razón del especial
apostolado que debía caracterizarnos.
De hecho, tuvimos que esperar tres semanas para que se
produjera la visita de un vecino. No nos encontrábamos con la gente,
sino en la calle, en el trabajo o en los almacenes. Diversas
circunstancias (entre las cuales podemos señalar las inundaciones de
enero de 1955) nos dieron oportunidad para ir a casa de unos o de
otros.
Para ser adoptados verdaderamente por el barrio fueron
necesarios tres años. Y sólo después de tres años supimos hasta qué
punto habíamos sido espiados en todo lo que hacíamos y en todo lo
que decíamos. La gente se preguntaba cuáles serían nuestras
intenciones y qué cosa veníamos a hacer. Se había hablado de un
―comando‖ del Vaticano y de una metástasis o intento de que
proliferaran en la clase obrera células extrañas a ella.
Al mismo tiempo comenzábamos, según las circunstancias, a
realizar algo de apostolado entre los no-cristianos adultos. Poco a
poco, cierto número de obreros no practicantes pero abiertos al
cristianismo, adquirieron el hábito de venir a la comunidad. Primero
acudían de una manera individual y nosotros no queríamos reunirlos
antes de que ellos mismos lo pidiesen. Para esto fue necesario
esperar largo tiempo.
Por fin se nos presentó una ocasión. En noviembre de 1957,
el cardenal Gerlier vino a hacernos una visita, como tenía por
costumbre cada año. Nosotros lo hicimos saber a nuestros amigos;
teníamos, en efecto, la impresión de que había llegado el momento
de preparar un encuentro especial con la Iglesia representada por el
arzobispo de Lyon. Vinieron casi todos y quedaron verdaderamente
contentos de haber podido ―discutir‖ con él diciéndole todo lo que
ellos tenían en su corazón.
Al acabar esta reunión, ellos mismos pudieron volver a
reunirse de cuando en cuando para poder ―discutir‖ todas estas
cuestiones.
Las reuniones se hacían de un modo bastante irregular y con
ocasión de acontecimientos que preocupaban al mundo obrero en
general o a la gente del barrio en particular. Paulatinamente, estas
reuniones fueron preparadas y llevadas un poco a la manera de la
A.C.O. Uno de los sacerdotes de la comunidad el papel de consiliario.
No nos extenderemos más en detalles sobre estos hechos.
Simplemente diremos que tuvimos la alegría de preparar para su
primera comunión a dos miembros de este pequeño grupo. Otros, sin
ir tan lejos, comenzaban a orar o incluso venían ocasionalmente a
misa. Dos de ellos adquirieron más profunda conciencia de las
exigencias de su cristianismo y forman parte actualmente de un
equipo local de A.C.O.
Además de esto, nuestra pequeña comunidad empezaba a ser
un centro de irradiación cristiana cuya amplitud nos resulta
imposible determinar; se convertía al cabo, para muchos, en un signo
verdaderamente perceptible de la presencia de la Iglesia en el mundo
obrero.
¿Qué hubiera llegado a ser este apostolado si hubiera podido
prolongarse por más largo tiempo? Sólo Dios lo sabe. Pero la
decisión del Santo Oficio de 1959 fue un golpe muy duro.
Ciertamente, nosotros no debíamos abandonarlo todo; por el
contrario debíamos continuar nuestro esfuerzo y ello en una
obediencia total a esta decisión de la Iglesia que nos manifestaba la
voluntad de Dios. Sin embargo, era obligado comprobar que la
cesación del trabajo de los sacerdotes mermó con mucho sus
posibilidades apostólicas. Toda la comunidad ha sufrido
profundamente por ello. A esto es preciso añadir que le resulta muy
difícil a un sacerdote modificar repentinamente la forma de su
apostolado.
Actualmente los dos sacerdotes que formaban parte de la
comunidad tienen una nueva función apostólica y la comunidad se ha
renovado completamente. Sólo ha quedada uno de los antiguos
hermanos. Con él hay un nuevo hermano que ha trabajado ya en una
fábrica y un sacerdote que trabaja algunas horas en casa, al tiempo
que se ocupa de la animación espiritual de la comunidad, así como de
su integración en la parroquia y la Acción Católica.
Por lo que a mí respecta, en el marco general de las
decisiones de Roma, he debido interrumpir definitivamente mi
trabajo. Ciertamente el Santo Oficio de modo explícito me ha
autorizado para residir en Gerland; pero ya casi no me es posible
hacerlo de una manera habitual, dado que no trabajo ya
manualmente. No obstante me esfuerzo en permanecer con la
comunidad en contacto regular.
De todo corazón, esperamos que incluso con posibilidades
muy menoscabadas, podremos reemprender nuestra marcha hacia
adelante desde el punto de vista de la presencia en el mundo obrero
y desde el punto de vista apostólico.
Ponemos toda nuestra confianza en la obediencia a la Iglesia:
―Pero, por Tú palabra, echaré las redes‖ (Lucas, 5,5).
Mis cinco años de obispo obrero.
Estela. Barcelona

Recemos más y mejor en el año de la oración

JOAN-ENRIC VIVES SICILIA

Pascua es tiempo de aprender a orar. Cristo prometió que oraría por los apóstoles, por nosotros, “que sean uno” (Jn 17,20). Y en este año 2024, el Papa Francisco nos pide que sea la intensificación de la oración lo que nos ayude a preparar el Jubileo de la Encarnación de 2025, y ha decidido que dediquemos a la oración el presente año 2024. En todo momento hay que velar para que la oración nos mantenga en la presencia de Jesucristo, el Viviente. No sólo rezar oraciones, sino encontrar momentos para “hablar con Dios, amándole”, como hablaba Moisés, “cara a cara, como un amigo habla con su amigo” (Ex 33,11). Y, ¿qué es la oración? «Es un intercambio de amor», decía el teólogo Romano Guardini; es “pensar en Jesús, amándole”, se explicaba S. Carlos de Foucauld. “Es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”, escribía Sta. Teresa de Jesús. Y la definición tan bella de Sta. Teresita del Niño Jesús, que recoge el Catecismo (CEC nº 2.558): “La oración es un impulso del corazón, es una simple mirada dirigida al cielo, es un grito de reconocimiento y de amor, tanto en la prueba como en la alegría”. Podemos decir que es la respiración de la fe y el compromiso; la relación personal con Dios desde el seguimiento de Cristo, que nos mantiene confiados en su presencia, con alegría.

Si queremos aprender a orar, os propongo algunas formas de oración:

  1. La oración litúrgica y la Eucaristía.- Es la oración pública y oficial de la Iglesia. En cada miembro reza todo el Cuerpo, para bien de todos y del mundo. La Liturgia de las Horas que alterna salmos, lecturas bíblicas, peticiones e himnos es la oración del cristiano. Sobre todo la Eucaristía, que debemos vivir como la gran oración de Jesús al Padre, por obra del Espíritu Santo. Y de la Iglesia al Padre.
  2. La oración vocal, con fórmulas ya redactadas. El Padrenuestro, la oración vocal por excelencia, y también el Avemaría, el rosario, el ángelus, el vía crucis, las jaculatorias. Tienen gran tradición en la Iglesia y han alimentado al pueblo cristiano. Buscar que la intención acompañe a las palabras.
  3. La lectura espiritual (o lectio), que ora rumiando el texto de la Escritura. Escuchando a Dios en su misma Palabra. Se lee primero el texto seguido, después por versículos, meditarlo y pensar lo que me dice ese texto o palabra, trasladando el texto hacia mí y yo hacia el texto. Y rezar, elevando los afectos al Señor, haciendo que resuene en mi la voz del Espíritu Santo.
  4. Hablar con Dios desde mi vida, puesto que Dios está presente en todas partes y mi vida es lugar de encuentro con Dios. Es la oración de la persona activa, que vive tantas cosas y necesita tener tiempo de “re-visarlas” y “contemplarlas”, unido al Señor. Sea por la mañana, con el plan del día delante, ofreciendo lo que vendrá, pensando en las personas con las que me encontraré y la esperanza que necesitaré; sea por la noche, haciendo el examen con acción de gracias, arrepentimiento e intercesión; contemplando a Dios presente en mi vida concreta; Pensando en cada persona, en sus necesidades y alegrías. Adorando a Cristo en cada persona que trato.

«Somos peregrinos de esperanza«, es el lema del Jubileo 2025. Y en este año precedente, «necesitamos redescubrir la oración -dice el Papa- como experiencia de estar en la presencia del Señor, de sentirnos comprendidos, acogidos y amados por Él. Empecemos a orar más, a orar mejor, en la escuela de María y de los santos” (15.3.2024).